El auge del streetfood ha sido una de mis reflexiones en este último viaje a Amsterdam, el destino de mi última misión y una de la ciudades con más streetfood de Europa.
A mi la capital holandesa me recuerda a un zoco. Me recuerda esa sensación de mezcla de olores. Especias y frituras, olores exóticos. La marihuana que se fuma en los coffeeshops del centro se escapa por las puertas para mezclarse en plena calle con un bullicio humano que camina entre olor a pizza XXL en porciones, comida china, kebabs, buñuelos gigantes, pasteles de manzana. Dulce y salado. Caliente y frío. Contrastes que flotan en las calles estrechas que cruzan canales. Todo esto viene por el streetfood…
Comer en la calle es algo natural para los amsterdamers, capaces de acabar con un pita completo subidos a la bici, con el viento en contra, entre muchas mas bicis, motos, coches, tranvías y peatones. Un espectáculo de destreza.
Pararse a comprar hering, poffertjes o un frikandel a cualquier hora y comerlo de pié en la calle, es algo habitual. No es únicamente una forma de alimentarse, es también una manera de darse un capricho. Si apetece un helado, se compra. Si apetece un waffel, se come. Es glotonería y hedonismo. Un premio de bajo coste que alegra el alma.
En España, el concepto streetfood o streetmarket se está introduciendo como evento. Nada que ver con la actitud streetfodera de los ingleses o los holandeses, que conozco de primera mano y sobre el que escribí un artículo en Amigastronómicas, donde el streetfood responde a una necesidad de comer, estando lejos de casa y con poco tiempo, o bien como respuesta a la demanda de un público glotón y disfrutón, como es el caso de Amsterdam.
Los diferentes festivales que se han montado hasta ahora son lugares acotados en los que se representa un espíritu de feria, de lucecitas y farolillos, de fiesta mayor y colorín. Este es el concepto que se está empezando a transmitir, lejos de su origen. Desde el Tast a la Rambla, pasando por el mercado gastronómada Van Van en Barcelona, o los organizados fuera de España como el Urban Food Festival de Shoreditch o el Rollende Keukens , por poner ejemplos, todos coinciden en el mismo formato. Y ojo, está funcionando.
Parece que hemos olvidado que ya tenemos un formato de streetfood menos forzado, menos orquestado y con muchas posibilidades. Hay calles en todos los barrios centrícos, antiguos o emblemáticos de cada ciudad que tienen su propio carácter streetfood, que no es otro que comer en la calle, convivir un momento breve y disfrutón con otra gente, de pié, con un pincho, una tapa, unos churros, unas castañas, una macedonia de fruta o un trozo de pastel.
Hay muchos actores (empresarios, marcas, gremios, ayuntamientos…) que podrían considerar entrar a jugar más con el streetfood para no perder posiciones como destino del ocio-tapeo y contrarestar el efecto “deslocalización” y “oferta paralela” que los llamados mercadillos de street food puede generar si siguen expandiendo su actividad. Y tal y como pintan las cosas, lo harán.
Se abren posibilidades para pensar en proyectos que sumen esfuerzos, porque los streetmarkets y su streetfood son una excelente noticia para los bares y restaurantes de comida rápida a pié de calle: les ha salido competencia.
Y nada más sano y estimulante para ponerse la pilas que verle las orejas al lobo.
Las fotos del viaje #Amsterdam en INSTAGRAM @evaballarainstagram.