Los negocios a pié de calle tienen sus más y sus menos. Mayor accesibilidad del público, mejor visibilidad y un escaparate para mostrar el producto. En el caso de la hostelería, salvo excepciones donde los cristales tintados o las cortinas dan un mensaje explícito de exclusividad, el cristal que comunica el local con el peatón, se convierte en el aparador donde se transmite el ambiente y el producto.
Ahí fisgoneamos al paso apresurado del día a día o en la calma del paseo del fin de semana y valoramos si hacemos una nota mental a la que recurrir cuando buscamos una pizzaría con encanto, un restaurante cálido para una velada romántica o una sala con luz natural y decoración austera para una comida de trabajo.
Toda esta magia desaparece al bajar la persiana. El contenido queda oculto en tras un muro metálico y, en el mejor de los casos, queda un cartel en la fachada.
Utilizar la persiana como un lienzo promocional del negocio es una buena idea que, en varias zonas de la ciudad si son transitadas en el horario de cierre, funciona muy bien.
Una creación de comunicación visual puede ser el comercial sin coste que trabaje para nosotros cuando descansamos. Y si somos atrevidos y planteamos algo digno de foto, sugerimos un hashtag e incluso proponemos regalar un par de menús al que nos haga el Instagram más votado, estaremos utilizando este elemento para mucho más que garantizar que nuestro negocio quede bien cerrado.
Os dejo algunos ejemplos de aplicar esta forma de «marketing alternativo«, donde podéis ver que soy una gran amante del graffiti.




Como siempre Eva que blog mas interesante!!
Salu2