Ayer fue un día intenso, muy intenso. Publicar el post de la polémica sobre el Restaurante de Juan y Andrea en Formentera, en el que describo los factores que acompañan a un determinado modelo de negocio con precios para muchos incomprensibles, me valió todos los insultos en Twitter, correos llamándome de todo menos bonita y una aparición en Noticias Cuatro (minuto 44), cerrando la edición de las 20:00 horas.
Clasista, pija, inculta, imbécil, … han sido los calificativos más suaves utilizados por varios perfiles en Twitter, la mayoría de ellos anónimos y, si no me he despistado, ninguno de ellos parece ser hostelero.
Juan y Andrea, la polémica
La fiereza y, muchas veces, brutalidad con la que se habla y califica los establecimientos en redes y páginas de opinión, la extrema exigencia en cuanto a precios, servicio y calidad al que se ven sometidos muchos negocios, la forma de cuestionarse las ganancias de estos empresarios que invierten dinero y dedicación creando empleo y riqueza, se ha convertido en una actitud normalizada por una parte de la clientela.
La hostelería está expuesta a la crítica muchas veces sin conocimiento Share on X
y a la viralidad que el escándalo provoca en las redes sociales. Los comentarios, habitualmente anónimos, forman parte en muchas ocasiones de una pequeña venganza del cliente que, abriendo Tripadvisor o su perfil social al salir del restaurante, se siente con el poder de castigar al equipo de personas que han trabajado para él.
Mi conclusión
Reflexionando acerca de todo esto, llego a la conclusión de que hay una gran parte del público que entiende estos negocios como un derecho, un servicio social a su disposición, en el que el empresario debe ajustarse al máximo y priorizar lo que el cliente demanda aunque le cueste dinero y que le lleve a colgar el cartel de “se traspasa” por no poder trabajar un modelo sostenible y racional de ganancias.
La educación, sanidad, vivienda y seguridad son derechos y entre todos colaboramos con el pago de nuestros impuestos para que se gestione correctamente. Sentarse a la mesa de un restaurante, en la terraza de una cafetería o en la barra de un bar no es ninguna necesidad, es una opción de consumo de ocio libre. Una opción que se decide con pleno conocimiento, y mucho más hoy en día, donde lo que menos falta es información y, tal vez, lo que más, empatía, consideración y respeto por el trabajo de los otros y la forma en la que cada empresario plantea su producto.
Animo a todos los que han sido duros con mi exposición, a trabajar durante 4 turnos seguidos en una cocina, atender una sala durante una semana o dirigir un chiringuito que sólo abre unos pocos meses al año. Les invito a invertir en la creación de un negocio y gestionarlo durante un año.
Y luego hablamos. Eso sí, a cara descubierta y con nombres y apellidos, porque esconderse detrás de un avatar de Bart Simpson a mí, personalmente, no me da ninguna credibilidad.