No tener miedo al cambio, porque cualquier cambio es una oportunidad y las zonas de confort, al final, son aburridas.
Eva Ballarin para RaízUP
¿Tú también has reflexionado sobre tu vida, tus aspiraciones, tus objetivos y tus logros en esta pandemia? Si a algo nos ha llevado esta pandemia y, sobre todo, los meses de confinamiento, ha sido a pensar. Las redes sociales están llenas de post con reflexiones que hemos madurado en estos meses de incertidumbre, reflexiones en las que hemos valorado lo que teníamos y lo que no, la vida que llevábamos y cuán cerca o lejos estaba de la que queríamos llevar; hemos valorado nuestros negocios, los objetivos, el futuro.
Hemos descubierto, comprendido o reforzado la idea que teníamos de cuál debería ser nuestro papel.
Son tiempos para re-pensarse, re-inventarse. Una pandemia atrás, un nuevo escenario profesional para muchos. Estamos obligados, nos guste o no, a evolucionar. Y, en el proceso, a no dejar de hacer el ejercicio de reflexión sobre los aprendizajes, los fracasos y los momentos inspiradores que han tocado algo profundo dentro de nosotros.
Por eso, en este artículo quiero compartir contigo algunas experiencias de vida que me ayudaron a evolucionar. Por un lado lo que me ha enseñado el mar, tres momentos “touché” de mi vida… y una reflexión final. Son aprendizajes que me guían y que pienso también pueden inspirarte a ti. Si te animas, comparte los tuyos en los comentarios o en redes sociales.
Cinco cosas que aprendí navegando
Navegar me ha enseñado muchas cosas para la vida. La primera de ellas es que el viento manda, no tú, que el parte meteorológico es fundamental para tomar la decisión de hacerse a la mar y que la prudencia siempre acompaña a un buen capitán. No importa qué nave pilotes o cuán entrenada esté tu tripulación, ni el tamaño de tu velamen: la naturaleza manda. Aquellos que obvian las fuerzas supremas naturales y se lanzan a la mar con la valentía de los idiotas, terminan engullidos por su inevitable superioridad.
Aquellos que nos hemos lanzado a proyectos en los que los elementos estaban en contra, hemos pagado el precio de no haber estudiado el parte antes de soltar amarras, naufragando con nuestros sueños.
Aprendí también que necesitas cartas de navegación. Durante la travesía debes conocer las profundidades del agua, alturas del terreno, naturaleza de los fondos, corrientes y mareas, detalles de la costa, localización de luces y marcas de ayuda y el emplazamiento de los puertos… Las cartas de navegación son instrumentos esenciales para la navegación, como los planes en los que contemplamos todos los obstáculos que podemos encontrarnos para trazar el rumbo más adecuado, tanto para la vida personal como para la profesional, sabiendo de antemano qué nos encontraremos en el camino y determinando cómo haremos frente a eso retos.
Aprendí también que debes saber qué velamen necesitas y ponerlo a trabajar correctamente: no solo lanzarte al mar porque los vientos y mareas te aseguran una buena travesía, sino ser consciente de que tu habilidad será la que te haga llegar de forma más eficiente al destino, trimando tus velas de forma óptima de acuerdo a las condiciones de viento y mar en cada momento. Y con esto aprendí que, para cualquier travesía en la vida, necesitas recursos y saber cómo utilizarlos. Buenas velas, conocimiento para utilizarlas y manos decididas. Porque nada es más estúpido que levar anclas con un velamen demasiado maltratado para afrontar los vientos que nos esperan.
Navegando aprendes también la importancia del capitán, que es el responsable de la nave y asume la responsabilidad de su segura administración y navegación. Y entiendes la importancia del liderazgo y la jerarquía responsable.
Porque una tormenta en el Golfo de León no entiende de discusiones ni asambleas en cubierta, y es en ese momento cuando el capitán – que debe estar entrenado para tomar el mando en un momento de peligro – toma el mando para hacer todo lo necesario para que el número de fatalidades sea mínimo. Y la tripulación ejecute sus instrucciones. Aprendes que el capitán debe conocer a su tripulación, sus capacidades y sacar el máximo de ellos en cualquier situación, siempre asegurando la buena llegada a puerto. Y entiendes que todo proyecto, toda empresa que quiera llegar a buen puerto, necesita esa figura que lleve al equipo al éxito.
Y, como dice Alejandro Sanz, también aprendí que después de cualquier tormenta siempre, siempre llega la calma. Y que la contemplación de la estela nos lleva a ir lanzando, metafóricamente, todo lo que nos intoxica al centro exacto del rastro en el agua que nos indica el camino a un nuevo fondeo, a un nuevo puerto. Esa sensación liberadora de dejar atrás, entre las olas que la estela abre sobre el agua, todo lo que es lastre y no te permite avanzar.
Carpe diem, renuncia positiva y el paso sin pedir permiso
Cronológicamente, quiero compartir contigo tres momentos en los que he aprendido algo que me ha acompañado y ayudado a lo largo de mi vida y que en estos momentos en los que salimos de una situación dificilísima – en la que reinventarse y seguir sonriendo es mi opción – pueden ser inspiradores:
He tenido dos desafortunados accidentes de tráfico, en 1995 y en 2003, que me han marcado también. Más allá de las consecuencias físicas de cada uno de ellos, en ese momento te das cuenta de lo efímero que es todo y lo rápido que dejas de tener el control en tu vida.
Ahí te das cuenta de que, a veces, el gran plan es hoy.
A mediados de la primera década de este siglo viví en México, trabajando en Riviera Maya. Durante esta época, en una cena con mi gran amiga Bárbara, me dio dos consejos que he llevado conmigo y que comparto con los demás siempre que tengo ocasión desde entonces: “Santo que no es visto, no es adorado”, es decir, si no te das visibilidad a ti mismo, promocionas tu trabajo, alzas la mano y te haces ver para darte tu lugar, nadie lo va a hacer; y “no dejes nunca que nadie tome las riendas de tu vida”. Y eso es algo que también intento transmitir, por ejemplo, a mis alumnos en las diferentes escuelas de negocio y centros en los que doy clase. No pidáis permiso. Pedid paso. Quizá éste sea el aprendizaje que más me gusta compartir, porque pienso que es uno de los más valiosos, sobre todo para las nuevas generaciones.
Algunos años después, en el cercano junio de 2020, yo tenía que estar haciendo el viaje de mi vida por Japón, celebrando mis 50 primeros años. Y, tras meses preparándolo, el 2 de junio de 2020 me quedé en casa, entendiendo que no siempre los planes que haces los puedes cumplir.
Y aprendes a renunciar, a dejar de tener apego incluso a esos planes soñados en los que tanta energía has invertido. Y aprendes a confiar en tu energía para construir otro más, esta vez mejor.
Permíteme terminar compartiendo una reflexión final, como te decía al principio. Hace unas semanas me hicieron una entrevista muy bonita para RaízUp y me pidieron tres recomendaciones para los oyentes. Lo primero que recomendé fue no tener miedo al cambio, porque cualquier cambio es una oportunidad y las zonas de confort, al final, son aburridas. Nadie murió por innovar, por pensar cosas diferentes, por pensar fuera de la caja. Lo segundo, no pedir permiso: pedir paso. El miedo es una gran barrera. Quitémonos el miedo. El mundo es de los valientes. Y lo tercero, respeto. Respetémonos como personas. Tratemos a los demás con respeto. El respeto lo mejora todo en las relaciones humanas y también en la industria.
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