Espido Freire debutó como escritora en 1998 con la obra Irlanda y, solo año y medio más tarde, ganó el Premio Planeta con Melocotones helados. Ha publicado nueve novelas desde entonces, escrito 10 ensayos, es autora de cuatro libros de relatos, de un poemario y de dos novelas juveniles. Además, Espido trabaja en teatro, prensa, radio, televisión y ejerce como docente.
Su bagaje personal, cultural y profesional la ha llevado por el camino de los contadores de historias, de ahí que sea experta en storytelling y que, en un momento en que nos replanteamos cómo contar nuestros destinos al mundo en la extraña y cambiante nueva normalidad, qué mensajes enviar y cómo presentarlos, sus aportaciones resulten muy valiosas y e inspiradoras. Si cabe, más que nunca.
“Tengo ganas de salir a aprender, porque ahora lo único que puedo hacer es recordar”, decía Espido Freire en la conversación previa a esta entrevista. ¿Cómo nos van a cambiar los viajes a partir de ahora?
Yo creo que nos cambiarán internamente de la misma manera que siempre. Quizás, de hecho, salgamos fortalecidos, porque quien quiera aprender ha tenido la mejor oportunidad del mundo para aprender durante estos meses.
Externamente es cuando todo cambiará. Cambiará la distancia y la preocupación. Quiero creer que esto es una oportunidad también para valorar el patrimonio, la oportunidad única casi en algunos casos de viajar, el rescindir determinados números y restringir determinadas visitas y, por lo tanto, tener un privilegio que ahora ha sido impuesto y que es el de la soledad. El de poder enfrentarnos a viajes, a monumentos, a paisajes, de una forma mucho mas íntima que hasta ahora.
Claro, eso también hará que el turismo de masas tenga que ser conducido – era evidente ¿no? – de una manera totalmente distinta. Y eso hará también que la propia rentabilidad de los viajes tenga que volverse a cuestionar. Que el precio y el coste tengan que volverse a cuestionar. Por parte de quien viaja y por parte de quienes están al otro lado: por parte de quienes hacen posibles estos viajes. Nos esperan tiempos muy interesantes, creo yo Eva, muy muy interesantes. Pero también tiempos difíciles y tiempos que asustan por esas novedades y por esas dificultades.
Uno de los objetivos del sector es volver a generar confianza. Y en ese sentido, el storytelling tiene un papel muy importante, tanto generando interés por el destino en el viajero, como contando de nuevo el destino. Como escritora ¿cómo piensas que podemos contar los destinos a partir de ahora?
Para mí, el acceder al mundo de los viajes – y hacerlo también desde una perspectiva profesional – ha sido algo que ha cobrado mayor importancia en mi vida en los últimos 5 años. Yo escribí hace mucho tiempo un libro de viajes por Inglaterra que recorría el territorio de Jane Austen y de las hermanas Brontë (Querida Jane, querida Charlotte). La casualidad quiere que mi siguiente libro sea una versión actualizada y mucho más ampliada del área de Jane Austen (Querida Jane: Tras los pasos de Jane Austen, tiene prevista su publicación en diciembre de este año). Al volver a revisar ese viaje y esos itinerarios, me he planteado cómo contábamos hace 15 años un viaje y cómo lo contamos ahora.
Se ha viajado muchísimo en los últimos 15 años. El viajero que tenemos es mucho más ilustrado, no solo porque ha viajado, sino también porque ha visto. Porque, incluso de una forma visual, prevé qué es lo que se va a encontrar. Es un viajero aspiracional, es un viajero que imagina y que se prepara previamente y que busca una experiencia, en cierta medida, única.
Y ahí es donde la literatura, la fotografía y el arte cumplen una función importantísima, que es no solamente la de describir qué es lo que se va a encontrar, es decir, permitirle una tarjeta de entrada, sino también embellecer y explicar el contexto de aquel lugar donde va a estar. Es decir, de un libro de viajes, de una buena guía, se espera lo mismo que de un guía acompañante en ese mismo sitio pero menos, no sé cómo decirte… quizás menos invasiva.
La mayor parte de las guías de viaje son maravillosas ¿eh? Pero en este caso podemos cerrarla cuando deseemos, podemos volver a abrirla… Y, sobre todo, esperamos que genere expectativas que luego estén a la altura de lo que vemos.
No hay cosa más terrible que un destino sobrevalorado. Es la sensación de que nos han contado, literalmente, un mal cuento, un mal chiste. Entonces, es necesario ese equilibrio entre la veracidad, entre nuestro propio entusiasmo y la visión de quien se ha enamorado de un destino.
Que ese entusiasmo genuino se vuelque no tanto en imágenes como en símbolos. La imagen nos encierra, el símbolo nos abre la mirada. Y, a partir de ahí, construir nuestra experiencia para que sirva en algo a la experiencia futura. Estamos mandando una botella con un mensaje hacia un lector futuro y hacia un viajero futuro.
¿Tenemos demasiada información cuando llegamos a un destino? ¿Llega un momento en el que esa búsqueda casi patológica de cualquier detalle, ese análisis de todos los comentarios de las máximas atracciones del lugar, esa necesidad de tener mucho planificado… quita la magia? ¿Se pierde la magia del descubrir?
Pues mira Eva, yo creo que esto tiene más que ver con la personalidad y el carácter del viajero que con la información que está a su disposición. Esa queja era ya popular en el siglo XVIII y parte del XIX por parte de los viajeros elegantes, por no llamar snobs, del Grand Tour. Se quejaban de que ya no podían descubrir con sus propios ojos Roma. Y buscaban territorios cada vez más exóticos: Estambul, por ejemplo, o el norte de África.
El estímulo de buscar territorios nuevos mueve a los aventureros, pero el hecho de reconocer lo que ya sabemos en lo que vemos nos satisface de una forma totalmente distinta.
Y luego, hay otra cuestión: si ahora deseamos buscar información sobre un destino clásico, como Nueva York – que ojalá pueda estar muy pronto de nuevo abierto para quienes la amamos –, podemos pasarnos toda la vida leyendo y viendo documentales, películas, información sobre Nueva York… y aún así, no captar su esencia real. Cuando llegamos, deslumbra: sus proporciones, la manera en la que el sol incide o la sombra cubre calles enteras, el paso del tiempo y de las estaciones, el enamoramiento, la persona o las personas con las que vamos…
Hay un elemento de una subjetividad altísima, que hace que ese viaje, independientemente de lo que lo hubiéramos preparado, sea único. También es un clásico decir que el viaje es la mejor inversión porque disfrutamos en tres ocasiones: durante la preparación, durante la ejecución y después, en el recuerdo.
Es cierto, lo que ocurre es que quizá en los últimos años estábamos más centrados en la preparación y en el recuerdo, es decir: en compartir, en posturear en el mejor o peor de los sentidos, y menos en el momento real. Yo creo que eso lo hemos acabado ganando, o creo que es una lección que sí que hemos podido extraer del tiempo en el que hemos estado detenidos, en el ahora. Creo que viviremos más intensamente y quizás eso – repito, depende mucho de los temperamentos – se estaba perdiendo.
Se estaba perdiendo porque vemos todo a través de cajas, a través de pantallas, a través del futuro. Pensamos, según lo estamos viviendo, cómo lo vamos a contar. Entonces, si eliminamos esa parte de futuro y la centramos únicamente en el disfrute… Oye, o en la repulsión: hay veces en que parte de la experiencia es el rechazo: “Oye, yo aquí no vuelvo ni loca” o “qué desastre”, “qué mal preparada vengo” o “me he equivocado”. Esa es la peor “me he equivocado de compañía” ¿No? “no tenía que haber venido con esta persona, es la menos adecuada para haber realizado este viaje”. Esa sensación de incomodidad también es parte del aprendizaje.
A veces esperamos del viaje que únicamente sea un parque de atracciones. El viaje es, para bien y para mal, un episodio más en nuestra vida.
Si es de verdad meritorio, lo incorporaremos como uno de los puntos interesantes fuera del tiempo y fuera del espacio de nuestra realidad y de nuestros recuerdos. Y eso a veces incluye también una pequeña parte de lo inesperado, lo que no podemos controlar. Quien busca, encuentra. Y quien prevé, a veces se decepciona.
Espido, cuando hablamos de viajar, todos acostumbramos a pensar en destinos exóticos, lejanos, desconocidos, con esa magia de lo que no nos es cercano. Pero, en las circunstancias actuales, vamos a tener que encontrar exotismo a la vuelta de la esquina. Ese exotismo cercano cobrará mucha relevancia.
Mira, yo, debido a mi trabajo, tenía… (risas) Ahora ya no sé muy bien qué tengo; pero tenía una gran ventaja que era la de hacer muchos desplazamientos relativamente cortos dentro de España. Eso me ha permitido recorrerla toda no sé si palmo a palmo, pero desde luego sí biblioteca a biblioteca y centro social a centro social. No hay ciudad en la que no haya estado, no hay pueblo superior a determinado número de habitantes en el que no haya estado, al menos una vez.
Y uno de los ejercicios que he llevado a cabo en los últimos años, a través de las redes sociales, es fotografiar un lugar y decir: “¿Es la Toscana o es Aragón?”, “¿Es el Vaticano o es Murcia?”, “¿Es Grecia o es las Islas Cíes?”. Lo curioso es que, por comparación, la mayor parte de mis seguidores, decían, o bien si conocían ese destino, o bien qué cerca está aquello que es admirable y que no valoramos por la cercanía.
Ese va a ser el tiempo, ese va a ser el momento. El de recorrer, como te decía antes, valles – yo estoy fascinada con ellos, he vivido muchos años en Euskadi, en un valle – e islas. El encontrar pequeños rincones. El recuperar sabores, por ejemplo, que es algo tan ligado a nuestra infancia, nuestras fobias y filias, que están ahí.
La idea de entre todos potenciar algo que también es de todos. La sensación de recuperar el orgullo por algo que es nuestro patrimonio, material o inmaterial. La sensación de volver a recuperar paisajes que solo hemos visto en documentales, o en fotografías.
Yo hay uno que voy a visitar en muy poco tiempo, que es el Valle del Silencio, muy cerquita de Las Médulas, en León. Las Médulas es un lugar de obligada visita por su belleza, por su exotismo, por su historia; fueron minas de oro en las cuales los romanos explotaron mucho tiempo las riquezas naturales de la zona. Pero el Valle del Silencio es el valle de los eremitas, es el valle que durante toda la época del románico acogió a una serie de monjes que buscaban la tranquilidad.
Mi origen es gallego aunque yo sea vasca. Solamente en la zona de la Ribeira Sacra, por ejemplo, encontramos unos paisajes absolutamente maravillosos. Al que le guste la arquitectura tendrá el románico, tendrá el románico rural; a quien le guste la naturaleza, la tendrá; a quien le guste la gastronomía… cómo se come en Galicia; a quien le guste el vino, va a tener varias opciones; a quien le guste navegar lo tendrá también cerca. A quién le guste soñar, hay pocos caracteres como el galaico para comenzar a volar hacia otro lugar. Estoy hablando únicamente de dos rinconcitos que están muy cerca, que no son tampoco los destinos posiblemente más buscados.
Seguimos buscando una playa muy determinada pero, en la búsqueda de la originalidad, ahora vamos a encontrar muchos lugares maravillosos.
Extremadura, sin ir más lejos, que tiene la desgracia de unas comunicaciones muy mejorables: quizás ahora es el momento precisamente de invertir en ellas. Enorme, gigante, dehesas, encinas, pero también en medio islas fluviales, rincones absolutamente increíbles. Andalucía, que está tan estereotipada en algunas ocasiones y que tiene regiones preciosas en el interior de Cádiz, en Jaén, que tiene yacimientos de una riqueza extraordinaria y que tiene también el tópico, que por algo lo es, porque la Alhambra y la Mezquita son maravillosas.
Y no me quiero olvidar de tantos otros lugares. Canarias, que es otro lugar donde a mi me gustaría retirarme, cuando sea muy viejecita y esté completamente arrugada. Navarra, que es de los espacios en los que la generosidad de la gente es más notable. La propia nobleza aragonesa. La capacidad de Castilla-La Mancha para reinventarse constantemente. Digamos cualquier región, me dejo varias. Todas ellas tienen un encanto especial. Con algunas tenemos más afinidad y con otras posiblemente necesitemos un esfuerzo mayor para entender, para vencer prejuicios y vencer nuestra propia ignorancia.
Pero antes has dicho y es cierto, que para mí viajar es aprender, sin ningún tipo de duda. Me obliga a salir de ideas preconcebidas, me obliga a adaptarme a acentos, a palabras, a términos, me obliga a todo aquello que he dado por supuesto en los últimos ¿días, meses? Empezar a replanteármelo. Y, para quien es curioso, estoy segura que gran parte de nuestros espectadores lo es, no hay mejor reto y más seguro, que ese.
Nos das motivos muy inspiracionales para visitar España y recorrerla entera: Granada, las islas Baleares con esa navegabilidad… En nuestro país, más que joyas, tenemos un joyero.
Yo genero necesidades, Eva, en ese sentido (risas). Y si siguiéramos hablando de alfarería, de joyería, como te digo, de museos, pero no del museo concepto aburrido sino de una experiencia unipersonal, de explorar al aire libre determinadas cuestiones.
Has hablado de Granada. En Granada esta también esa parte tropical de Motril, que tiene unas casonas y una costa espectacular y una posibilidad de probar cultivos sin irse al Caribe, pero con esa misma sensación de estar lejos, o de estar ahí. En Baleares, durante mucho tiempo he formado parte – y este año lo volvemos a repetir – de una iniciativa de turismo para potenciar la relación con los caballos que se llama Hats & Horses y que organiza Ariadna Vilalta, que es algo totalmente diferente: conocer cuál es la tradición en Mallorca y en Menorca de la relación de las carreras de caballos y con la propia hípica, con el caballo local.
Cada lugar en él, cada una de las capas del joyero del que tú estás hablando, según rasques vas a encontrar un engarce distinto y cada uno va a brillar con una luz propia.
Repito, ahí dependerá del gusto. Hay a quien le gustan las perlas y quien prefiere los diamantes, pero no va a haber escasez en ese sentido. Si tienes la suerte de, como digo, tener un buen compañero de viaje, tener alguien con quien puedas compartir esto, que te complemente, que sea capaz de ser organizado si tú eres caótica, o de poner un poco de locura si al contrario, si tú eres de las que va a tiro hecho, también es el momento de crear recuerdos.
Si se viaja en familia… Yo, en los primeros viajes que disfruté, era una nenita. Iba con mis padres y con mi hermana en el coche familiar y lo recuerdo como – y fíjate que pasábamos calor, porque yo me aburría, me mareaba – lo recuerdo como aquello que nos fundó como familia. Entonces, no solo estamos descubriendo hacia afuera, estamos descubriendo hacia adentro.
Yo recuerdo la expectación que sentí cuando vi los montes moteados de olivos de Jaén y recuerdo el olor de la fábrica de galletas que en aquellos momentos se expandía en aquella ciudad, en concreto. Y lo tengo marcado tanto como luego el aceite, las distintas excursiones, los cursos en Baeza y en Úbeda, a los que he ido en muchas ocasiones, la huella de Machado…
Es decir, según investigues, vas a tener algo. Te guste lo que te guste: el deporte, la gastronomía, la literatura o el arte, el ocio de tirarte al sol o el de buscar fósiles con los niños y encontrar insectos. Todo lo que sea está aquí, lo tenemos ya. La originalidad consiste en encontrar una mirada propia. Y eso se encuentra en cualquiera de estos lugares.
Puedes ver la entrevista completa a Espido Freire en el segundo vuelo del OnAir Night Flight.
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